Comprensión y compromiso: la figura de un intelectual
El fundador de la filosofía analítica
FILÓSOFO DE LA PAZ
COMO YA HE
EXPLICADO DUERMO CON 40 FILÓSOFOS
Con mis
filósofos de cabecera busco caricaturas que dicen mucho: en el mes de mayo
cumplen aniversario El tío JOHN STUAT MILL del siglo XIX, y su sobrino,
BERTRAND RUSSEL del siglo XX. Es apasionante leerlos a la vez, pensé hacer un
PARALELISMO, pero mejor no, probemos por separado. DE BERTRAND RUSSELL busqué
dos caricaturas: Un es con su estilo aristocrático, que por sus convicciones
perdió todo privilegio, su pipa y estampa lo dice todo, ES UN INTELECTUAL DE
UN SIGLO XX, PERO CON MUCHO COMPROMISO PARA CAMBIAR A LA SOCIEDAD Y LA CULTURA,
DOS VECES PRESOS POR SUS IDEAS. La otra caricatura es con una frase que
dice mucho de su filosofía: FUNDADOR DE LA FILOSOFÍA ANALÍTICA, y una vida
marcada por la BÚSQUEDA DE LA COMPRENSIÓN DE LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO, EL AMOR,
Y LA INTELIGENCIA para cambiar a la HUMANIDAD. Termina haciendo “yunta” con SARTRE,
EINSTEIN en la lucha contra los crímenes de guerra y lo anti nuclear. Sus ideas
hoy son de gran vigencia en el siglo XXI, pero sufrió la polémica y el
desprecio de su época.
Sartre e
Einstein
El 18 de mayo de 1872 nació Bertrand
Russel, en Gales, que no es lo mismo que Inglaterra, si son británicos, le
tocó vivir en siglo XX de guerras mundiales, la bomba atómica, de imperialismo,
que lo llevó de una posición liberal, luego laborista y socialdemócrata no
marxista, muy difícil de encasillar en las categorías de “derecha o izquierda”,
clásica del siglo. La mejor definición es un creativo, irónico filósofo, que
necesito COMPRENDER EL MUNDO COMO CAMBIARLO. Varios matrimonios,
frustraciones, con una “infancia solitaria, pero nunca infeliz”,
según él mismo escribe en su Autobiografía. Sin embargo, se libera del “puritanismo
victoriano y religioso”, cuando llega a la Universidad, allí, su sed de
aprendizaje, más el deseo de liberación de su manera de pensar, hasta ese
momento, era un adolescente tímido.
Como siempre digo: Les confieso
que duermo con unos 40 filósofos y filósofas de la historia. Sus libros están
en mi cabecera de mi cama, pero no solo por mi formación en filosofía de la
década de 1970, sino por mi gran gusto por historia asociada al pensamiento
humano, por lo tanto, cuando hay una efeméride elijo a uno o una.
Hoy toco BERTRAND RUSSELL,
FUNDADOR DE LA FILOSOFÍA ANALÍTICA DEL SIGLO XX, luego contradicha por sus
discípulos, como por otros pensadores de la época. Si bien una base de
formación viene de su tío JOHN STUART MILL (en otro momento hablaremos) con su
tradición “empirista”, pero Russell, fue reconocido como “racionalista”, ¿cómo
se explica eso? Otra base es la ILUSTRACIÓN por su sentido liberal o libertario
de lucha por la LIBERTAD, donde sus esposas tuvieron mucho que ver (un
filósofo, es producto de su formación, el rechazo a esa formación, y de sus
vivencias con gente inteligente, como sus mujeres). El tercer elemento de
influencia a exponer en esta breve síntesis, ES SU COMPROMISO CON BUSCAR LA
FELICIDAD. Pensador que termina en un ateísmo, en la lucha contra los opresores
del momento y por casusas de “lucha social” más que política.
PARA ESTE MOMENTO, LO MEJOR ES
MAFALDA PIDIENDO LA “LLAVE DE LA FELICIDAD”, ESA ES LA HISTORIA, VIDA, OBRA DE
RUSSELL
Su
obra Los problemas de la filosofía comienza con una pregunta que le define: «¿Existe
algún conocimiento en el mundo tan firme y seguro que ningún hombre razonable
pueda ponerlo en duda?». Esta pregunta está presente en toda su
trayectoria filosófica, en sus éxitos, en sus frustraciones y en los cambios
que esta sufrió. Para Russell, comprender es vislumbrar las razones que apoyan
una idea, y conocer las razones implica reconstruir el edificio sobre el que se
apoyan. Esta pasión le llevó a un estilo de indagación lógica, matemática
y lingüística que hoy conocemos como filosofía analítica.
«Filosofar correctamente consiste, sobre todo, a mi modo de ver
—afirma en La filosofía del atomismo lógico—, en proceder de aquellas cosas
inmediatamente manifiestas, vagas y ambiguas, a la vez, de las que nos sentimos
relativamente seguros, a algo preciso, claro y definitivo, que gracias a la
reflexión y al análisis descubrimos envuelto en la vaguedad de que partíamos
constituyendo, por así decirlo, la auténtica verdad de la que dicha vaguedad
era una especie de sombra».
Su
programa del atomismo lógico fue abandonado por los pensadores a lo largo del
siglo a causa de las grandes transformaciones en la filosofía analítica que
supusieron, en primer lugar, el argumento de Wittgenstein contra el lenguaje
privado y, en segundo lugar, por las críticas a los dogmas del empirismo por
parte de Quine. Pero las obras de estos dos grandes filósofos son resultado de
su voluntad de comprender y superar el pensamiento de Russell. Este sigue
siendo estudiado porque trata los problemas más difíciles y fundamentales de la
filosofía, por más que se admita que no los resuelve como sistema. En realidad,
si uno atiende a la evolución de la filosofía analítica desde los años treinta,
no tardará en darse cuenta de que prácticamente todos los grandes autores
(Carnap, Wittgenstein, Austin, Quine, Strawson) desarrollan su pensamiento en
relación y referencia a Russell. La grandeza de un autor se mide por la de sus
adversarios, si es así, Russell figura en el Olimpo de la filosofía
precisamente por la cantidad de refutaciones y controversias que suscita.
Por
otra parte, las formas de vida y las perspectivas políticas que defendió contra
el puritanismo, el patriarcalismo y el imperialismo se han convertido en
fundamentos de todas las ideologías que admiten un cierto grado de actitudes
abiertas y tolerantes como componentes esenciales de los estados de derecho.
El pacifismo y el antimilitarismo, el feminismo de la igualdad,
la libertad de opciones sexuales, la transformación antiautoritaria de la
escuela… muchos de los ejes centrales de la cultura que llamamos occidental,
basada en grandes movimientos sociales, fueron impulsados en el terreno teórico
y práctico por el compromiso de Russell con su tiempo.
Acerca del pensamiento de RUSSELL.
Él
exploró dos polos muy distintos del pensamiento filosófico: en uno, con
estilo sofisticado y dirigido a filósofos profesionales, trató de la lógica, el
lenguaje, el conocimiento y la realidad; en el otro, orientado a un público
amplio y no académico, habló de las formas de vida, las costumbres, la moral y
la política. Solo me falta agregar: “pocos saben hacerlo”.
Las vidas de un yo múltiple
Infancia y juventud
Bertrand Russell es el más conocido de los intelectuales
ingleses (galeses) del siglo XX y sin duda el más influyente. Fue filósofo,
matemático, teórico de la educación, ocasional escritor de relatos, algunos de
ficción y otros sobre personajes de su entorno (se le concedió el Premio Nobel
de literatura), crítico del puritanismo y la hipocresía social, activista
antimilitarista y antiimperialista y, siempre, un ciudadano comprometido con su
tiempo, aunque ello le causase detenciones y exclusiones.
Siempre
me gusta conocer su vida familiar, su infancia y adolescencia que lo marcan, el
contexto de donde vienen, sus vivencias hacia la madurez, que su propia obra,
pues sus genialidades, son producto de genética y ambiente. Por eso, vamos a
hurgar en su infancia y juventud.
Hijo de una familia aristocrática de tendencias liberales. Sus padres, el
vizconde y la vizcondesa de Amberley, eran activistas a favor del sufragismo
(exigencia de la igualdad de derechos de la mujer y sobre todo del voto
femenino), de la cultura laica en educación y de la tolerancia en la vida
cotidiana. El gran filósofo John Stuart Mill fue su padrino, aunque murió
(en 1873) antes de que Russell pudiera conocerle.
Pronto quedó huérfano: su madre y su hermana Rachel murieron de difteria
cuando él tenía un año, y, al año siguiente, falleció el padre —en parte debido
a la depresión causada por la pérdida de su mujer—, con lo que los hermanos
Bertrand y Franz quedaron solos. Previniendo lo que podría ocurrir con sus hijos, habían establecido
un testamento que especificaba que fuesen educados por un tutor partidario de
sus formas de vida laicas, liberales y avanzadas socialmente. Sin
embargo, su abuela por parte de padre consiguió la tutoría legal y les educó en
la casa familiar de Pembroke Lodge.
Su abuelo, el conde Russell, había sido dos veces Primer
Ministro con la Reina Victoria, pero la influencia política de su familia se
remontaba varios siglos hasta la dinastía Tudor. Su esposa, la condesa,
provenía de una familia presbiteriana escocesa. Aunque era rígida en las
creencias religiosas, las hacía compatibles con una visión científica del
mundo.
Educó a Bertie (como llamaban a Russell de niño) para que fuera una «persona de
principios» (de ella, la frase que repetí y es muy sugestiva: «nunca
seguirás a una multitud para hacer el mal»), y su insistencia en el
control emocional, la responsabilidad y la formalidad fueron determinantes de
su carácter.
Su
educación no fue convencional: tuvo varios tutores al margen del sistema escolar;
aprendió lenguas (hablaba alemán sin acento), historia, ciencias; más, por
encima de todas las demás disciplinas, amó las matemáticas, pues fue en ellas
donde descubrió su vocación por la precisión, la claridad y la seguridad de las
conclusiones. A causa de la educación recibida, sufrió una constante
conciencia de culpa y siempre lamentó la dificultad que tenía en la expresión
de sus emociones, algo que notaban habitualmente los que le rodearon.
En su adolescencia sufrió una crisis
religiosa de carácter racionalista que le llevó al ateísmo a los dieciocho
años, algo que ocultó durante un tiempo a su abuela. Durante el resto de su
vida mantuvo una rebelión permanente contra el daño que la religión causa a los
deseos de felicidad y a la libertad de costumbres de la gente.
COMO SE LIBERA Y LO QUE CUESTA: La formación de un matemático
En
Cambridge, en 1890, se liberó de la soledad de su educación y descubrió la
experiencia de la amistad, así como la libertad de costumbres de los
estudiantes.
Allí estudió durante tres años matemáticas, que abandonó por la filosofía en su
cuarto año. Cambridge era en 1894 uno de los centros luminosos de la cultura
europea, en ella enseñaban Henry Sidgwick, uno de los grandes filósofos morales
británicos, y John McTaggart, metafísico hegeliano que influyó poderosamente
sobre Russell. Junto a ellos estaba Alfred Whitehead, quien descubrió
rápidamente su talento y le recomendó a la sociedad Los Apóstoles, una
agrupación que solamente admitía doce miembros (que ha continuado hasta ahora y
entre cuyos integrantes están elementos centrales de la intelectualidad inglesa).
Russell creyó encontrar en el idealismo más o menos hegeliano una
explicación racional y global del pensamiento y del mundo. En Cambridge
encontró también su primer amor en la norteamericana Alys Pearsall Smith, de
diecisiete años, cuáquera y militante feminista, con la que inició lo que sería
la constante de su vida, la duplicidad de la vida intelectual y el activismo
político. Su abuela se oponía a esta relación, pero en 1894, en cuanto el nieto
alcanzó la mayoría de edad se casó con Alys, lo que produjo una dolorosa
ruptura familiar.
El matrimonio con Alys, puritana de formación y
costumbres, rasgo que trasladó a su manera de enfocar las relaciones sociales,
tuvo una historia desgraciada. Russell reconoce que con esta mujer
maduró afectiva y humanamente.
Después de publicar en 1896 un libro sobre la socialdemocracia
alemana, a resultas de un viaje de investigación a Alemania al acabar la
carrera, enseñó sobre ese tema en la muy prestigiosa London School of
Economics, pero sus intereses estaban cada vez más centrados en los fundamentos
de las matemáticas y poco a poco abandonó el idealismo para empezar a
desarrollar su filosofía madura. En 1900 conoció en París al matemático
italiano Giuseppe Peano, que le reafirmó en un febril plan de investigación
sobre la lógica matemática como método para resolver los problemas que
presentaba la teoría de conjuntos creada, entre otros, por Dedekind, Cantor y
Weierstrass. En 1903, como fruto de este trabajo, publicó Los principios de las
matemáticas, un libro en el que se presentaba un programa que habría de llevar
a cabo en los años posteriores con su amigo Alfred Whitehead y que culminaría
en Principia Mathematica, en tres volúmenes publicados entre 1910 y 1913. En
estas obras defendió que la lógica y las matemáticas son lo mismo y que los
principios de las matemáticas se deducen de los de la lógica.
Durante los años de redacción de Principia hizo sus
descubrimientos técnicos más notables: las descripciones definidas y la teoría
de tipos. Se convirtió entonces en un filósofo y lógico respetado
académicamente, instalado a partir de 1910 en la Universidad de Cambridge, que
consideraba su hogar y alma mater.
EL RESULTADO DE SU VIDA: EL FILÓSOFO DE LA PAZ
El activista antibelicista
Según revela el propio Russell, en 1901 tuvo una
intensa «iluminación mística» de carácter estético que le hizo sentir la
necesidad de elaborar una filosofía que hiciera la vida humana más tolerable.
Desde entonces, a pesar de que su escritura tiene un estilo distante de
cualquier retórica emocional, la complementariedad de lo que denominó actitudes
«mística» y «lógica» fue una convicción y un sentimiento que siempre le
acompañaron y explican una buena parte de su desarrollo filosófico. Un poco más
tarde, en 1910, bajo la influencia de lady Ottoline, maduró estas intuiciones
hasta convertirse en una de las fuerzas intelectuales más poliédricas e
interesantes del siglo XX.
La Primera Guerra Mundial fue para él un
tiempo de intenso activismo antibélico. En una Inglaterra extasiada
por el patriotismo militarista, a pesar de estar implicada en una guerra que
diezmaba a su juventud sin más propósito que el predominio imperialista, los
que se opusieron a la guerra fueron muy pocos y lo hicieron asumiendo grandes
riesgos. Russell se unió a los socialistas independientes que se oponían a la
guerra y al reclutamiento de jóvenes y desarrolló una intensa actividad de
conferencias e intervenciones. Como resultado, fue multado con 100 libras, que
se negó a pagar (aunque lo hicieron sus amigos mediante una subasta de sus
libros), en 1916 fue expulsado del Trinity College y en 1918, después
de dar mítines contra la entrada en guerra de Estados Unidos, fue encarcelado
durante seis meses, que le sirvieron para escribir Introducción a la filosofía
matemática. La expulsión de Cambridge le produjo una intensa
decepción que en parte explica que decidiera abandonar la carrera académica (en
1944 sería readmitido, ya convertido en una figura internacionalmente
conocida).
Retrato de Russell y cartel de su campaña a favor
del sufragio femenino.
Esperanzado con la joven Revolución, en 1920
visitó Rusia con una delegación para analizar las consecuencias de aquel
proceso, y se entrevistó con Vladimir Lenin. En su Autobiografía, describe la
decepción que le produjo la conversación y, en general, el régimen bolchevique,
que calificó de autoritario y cruel. Presentó esta experiencia en
La teoría y la práctica del bolchevismo, lo que en la época de la Guerra Fría
le granjeó las simpatías conservadoras. En ese 1920 era pareja de Dora Black,
con quien visitó Pekín para dar conferencias de filosofía durante un año. A su
vuelta, en 1921, Dora quedó embarazada y Russell se decidió entonces a arreglar
el divorcio con Alys. Dora Black, una militante feminista y socialista a quien
Russell había conocido en las campañas antibelicistas, había visitado también
la Rusia bolchevique y, a diferencia de Russell, era favorable a la revolución.
La pareja tuvo tres hijos —John, Katherine y Harriet—, lo que los animó a
fundar una escuela en la que se pusieran en práctica las ideas innovadoras que
ambos tenían sobre educación. La escuela de Beacon Hill funcionó hasta 1943,
pero a partir de 1932 Russell abandonó la experiencia a raíz de la disolución de
su matrimonio.
En esta época Russell mantenía a su familia
pronunciando conferencias y publicando libros de divulgación de diversas
materias, como física, educación o moral. Con la pérdida de los ingresos
estables procedentes del ámbito académico, Russell tuvo que vivir como free
lance hasta que en 1944 fue readmitido en Cambridge. A pesar de sus
orígenes aristocráticos, no disponía de grandes medios sino más bien lo
contrario.
De la emigración al reconocimiento
Bertrand Russell en su madurez.
Agobiado por sus problemas económicos, aceptó primero un trabajo
de profesor en la Universidad de Chicago en 1938, y después pasó a dar otras
conferencias en Los Ángeles, en la UCLA. Pareció que sus problemas económicos
podrían arreglarse cuando se le ofreció un trabajo permanente en la City
University de Nueva York, pero desgraciadamente la intensa oposición de un
grupo de padres católicos impidió el trato. Como veremos en el último capítulo
del libro, la madre de un alumno se quejó de sus opiniones sobre el sexo, que
había popularizado en su libro de 1921 Matrimonio y moral, y afirmó que no
estaba dispuesta a que un hijo suyo estudiase en una universidad donde se
predicasen esas obscenidades. A pesar del apoyo de muchos intelectuales,
entre ellos John Dewey y Albert Einstein, los directores de la universidad se
asustaron y Russell no logró el puesto, con lo que volvió a su precaria
situación. La situación se arregló cuando un mecenas, el millonario
Albert Barnes le contrató para dar una serie de conferencias sobre historia de
la filosofía que se convertiría en su Historia de la filosofía occidental, un
libro muy popular en el que expone su visión de las distintas doctrinas y
sistemas.
Durante la contienda había defendido una posición
política socialista alejada del materialismo dialéctico, que rechazaba como
filosofía, y de la posición comunista, que abandonó desde su visita a Rusia. En
1943, apoyó la causa del sionismo de crear un país propio en Palestina.
Alguna otra posición que mantuvo en charlas públicas es más curiosa y
contradictoria, como la expresada en 1948 de que no sería inmoral una guerra
contra Rusia antes de que obtuviera la bomba atómica, es decir, lo que se
denomina un ataque preventivo. Más tarde expresó numerosas veces su
arrepentimiento por esta boutade. En cualquier caso, en esta primera época de
postguerra, Bertrand Russell fue aceptado en la sociedad bien pensante
occidental por sus opiniones políticas en plena Guerra Fría y se convirtió en
una persona respetable.
Al pacifista le cuesta llegar
al intelectual comprometido
El
talante moral de Russell le hizo abandonar su cómoda y respetable posición de
intelectual durante la Guerra Fría. En 1956, con ocasión de la corta guerra de
Francia e Inglaterra contra Egipto por el Canal de Suez, Russell salió a la
esfera pública para denunciar el neoimperialismo de las potencias occidentales.
Fue muy criticado por esta campaña antiimperialista, y además se le acusó de no
pronunciarse con claridad contra la represión del ejército ruso sobre el
levantamiento antiestalinista (a pesar de que se había manifestado en
contra de la invasión rusa). A partir de entonces cada vez expresó mayor
preocupación por la amenaza nuclear para el mundo que suponía la Guerra Fría y
la división del mundo en bloques. En 1955 promovió el manifiesto
conocido como «Einstein-Russell» contra el armamento nuclear, que fue firmado
por los principales intelectuales y científicos. En 1957 escribió
un artículo llamando a los presidentes Eisenhower y Kruschev a una cumbre por
la coexistencia. Defendió una y otra vez el desarme nuclear. En la crisis de
los misiles de Cuba, en 1962, cuando el mundo estuvo al borde de la guerra
nuclear, intercambió telegramas con Kennedy y Kruschev, en los que acusó al
primero de estar poniendo al mundo en peligro por su ultimátum a Rusia. En
1961 volvió a ser encarcelado durante siete días por su participación en una
manifestación antinuclear y en favor de la paz. Cuando el juez le ofreció
excarcelarlo si prometía buena conducta respondió «no, no lo haré».
Sus
posiciones políticas del momento fueron proféticas y aún asombran por su
sentido común. Abogó por la reunificación de Alemania y la desmilitarización de
los países de Europa Central, para crear una zona de seguridad entre los
bloques capitalista y comunista. Abogó también a favor del nacionalismo
panarabista y contra el acoso que sufría de los países occidentales. Defendió
una interposición internacional militar en Palestina para evitar tanto la
agresión a Israel como la agresión de Israel. Se involucró igualmente en la
investigación sobre el asesinato de Kennedy. Se había convertido en una de las
voces más respetadas del mundo en favor de la paz. Fue también uno de los
activistas más conspicuos contra la Guerra de Vietnam, sobre todo desde 1963.
En 1967, junto con Sartre, constituyó el Tribunal Internacional
para Crímenes de Guerra, conocido como Tribunal Russell-Sartre. Se componía de 25
personajes notables (entre ellos, el filósofo británico Alfred Jules Ayer, el
expresidente mexicano Lázaro Cárdenas, los escritores Simone de Beauvoir y
Julio Cortázar el dramaturgo alemán Peter Weiss, y otros importantes
intelectuales del momento) y comenzó examinando la intervención militar en
Vietnam. Acabó con una condena explícita contra Estados Unidos por haber
cometido crímenes de guerra. El tribunal continuó activo después de su muerte,
y tomó iniciativas como la del juicio a la dictadura chilena y otros muchos
crímenes. Su última intervención política fue contra la agresión y bombardeos
de Israel en la Guerra de los Seis Días, en la que pidió su retirada a las
fronteras establecidas. Dos días después de este manifiesto murió de gripe, el
2 de febrero de 1970. Se incineró su cuerpo sin ceremonia religiosa.
UNA ANÉCDOTA: ALI Y BERTRAND RUSSELL, QUE LO PINTA
TODO, POR SUERTE LA ENCONTRÉ
“Por otra parte, para un niño de 6 o 7
años era sorprendente en esa década del 60 ver a un nombre negro sintiéndose
superior a los blancos y, además, diciéndoselos en la cara. Intuía que estaba
haciendo algo distinto y muy importante...
Después entendí, ya de adolescente, que
Alí estaba haciendo una revolución cultural, trasgrediendo códigos. Quizá tan
influyente en la lucha por la igualdad racial como Martin Luther King, y no lo digo
en broma. En el cénit de su carrera—justo cuando pudo haber ganado más
dinero--optó por ir a la cárcel por defender su pacifismo, negándose a pelear
la Guerra de Vietnam. Nos enseñó lo que significaba la valentía; alguien capaz
de llegar hasta el final por defender convicciones.
Años después, supe una anécdota
fascinante. Encarcelado, un día de 1968 le avisaron que tenía una llamada
telefónica de la Universidad de Oxford en Inglaterra. Tomó el teléfono y oyó
una voz atildada y británica que, del otro lado del Atlántico, le dijo: "lo
felicito, Ud. me hace sentir orgulloso de la condición humana". Lo
llamaba el gran Bertrand Russell, uno de los principales matemáticos y
filósofos del siglo XX, quien también había sido encarcelado por su pacifismo
20 años antes.
Dos héroes. En fin, la historia se
escribe con bravura, generalmente contracorriente... no desde el sofá de la
comodidad.”
La pasión por comprender
Hemos dicho en la introducción que Russell llevó a cabo
un estilo de indagación lógica, matemática y lingüística conocida como
filosofía analítica. Hoy, después de tantos avatares y cambios de rumbo, es
difícil definir qué es el estilo analítico en filosofía. Quizá la forma
más efectiva sea debilitar algunas tesis que en muchos tiempos fueron dogmas.
Así, por ejemplo, lo que ha venido en llamarse el giro lingüístico a veces se
entiende en su forma fuerte: «todo problema filosófico es en el fondo
un problema lingüístico, tal que cuando se aplica el análisis lingüístico se
despeja en que o bien se trata de una cuestión formal, o bien pertenece al
ámbito de las ciencias, o bien es una cuestión sin sentido».
Más que otra cosa habría que llamar la posición de Russell
«reconstruccionismo», término que denota la actividad de trasladar un problema
filosófico del lenguaje cotidiano o científico a una forma lógica en la que se
encuentra una solución a tal problema.
Por
eso, para mí, es un filósofo que buscó comprender con su matemática, filosofía,
lógica y lingüística, siendo muy riguroso, luego muy criticado, hoy reconocido
como un adelantado, volviendo a sus tesis para el debate, es el filósofo que
marcó el siglo XX.
Algo digno para una Paradoja en la recta sociedad inglesa: Los
vientos encontrados
PARADOJA:
Fue encarcelado dos veces, algo que tuvo que mencionar Jorge VI
al condecorarle con la orden del Mérito, la más alta del Reino Unido: por
oponerse a la Primera Guerra Mundial y, mucho más tarde, por manifestarse
contra la energía nuclear. Es inclasificable en el espectro derecha/izquierda.
Russell y su esposa en 1961 presidiendo una marcha anti nuclear
Sus numerosos escritos y su actitud antipuritana anticipan la
revolución de la vida cotidiana que impulsó el siglo pasado, especialmente en
la transformación de las costumbres que trajo la década de los sesenta.
Educación liberal, feminismo de la igualdad y vida sexual libre fueron
constantes en sus reivindicaciones.
Su
compromiso activo en los terrenos de la política y la vida cotidiana le
alejaron de la tranquila y aislada vida académica. Fue un free lance del
pensamiento y la acción y se embarcó en la vida nada segura del conferenciante
agobiado por los gastos a los que debe atender.
Su vida fue frugal y anticipó también las críticas al consumismo
que se extenderían tras su muerte.
POR QUÉ HE VIVIDO
RUSSELL
dice: Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi
vida: el ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable
piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones,
como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por la ruta
cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la
desesperación.
La crisis de las ciencias y las dos estrategias para superarla
En
el período que va desde el último tercio del siglo XIX al primero del XX las
ciencias se transformaron de un modo tal que se pudo hablar de una «Crisis de
las Ciencias» porque ni sus lenguajes ni sus tesis eran ya comprensibles
mediante las formas en las que se produce la experiencia cotidiana. Fue una
transformación tan radical en las ciencias como en otras formas de la cultura
(como el arte y la literatura) en donde también se produjeron rupturas en las
formas y actitudes estéticas. Las matemáticas se desarrollaron en la línea de
estructuras abstractas incomprensibles y dejaron de ser una ciencia de los
números y las formas visuales geométricas. Por ejemplo, la teoría de conjuntos,
con sus extrañas entidades transfinitas, o la topología, una disciplina que
versa sobre espacios no comprensibles desde la intuición no experta.
En las ciencias físicas la teoría de la
relatividad especial abandonó las ideas tradicionales de espacio y tiempo, al
unirlas en una sola entidad espacio-temporal, más tarde, la relatividad general
puso en duda la distinción entre espacio-tiempo y materia, al considerar que la
geometría del universo depende de la materia que contiene. Más profunda
aún fue la escisión de la mecánica cuántica que abandonó el determinismo y la
distinción entre materia corpuscular y ondas de energía.
En la biología, el darwinismo ya había fracturado la
cultura, pero la revolución fue aún más profunda cuando la genética de
poblaciones terminó por abandonar el concepto esencialista de especie, para dar
lugar a la idea de que una especie es una clase de poblaciones que se reproducen
juntas sin que haya algún núcleo que defina a todos sus miembros. De todo ello
resultó un sentimiento generalizado de crisis, como si las ciencias hablasen de
un mundo ajeno a la experiencia que el hombre común tiene de la realidad.
En los comienzos del siglo XX la filosofía analítica se
planteó la posibilidad de retejer los lazos entre la imagen científica y la
imagen cotidiana del mundo frente al pesimismo de quienes creían que los lazos
estaban definitivamente rotos. ¿Cómo los científicos, que son personas iguales
a las demás, conectan sus abstrusas teorías con las formas en las que todos nos
implicamos en la realidad a través de los sentidos y las prácticas cotidianas?,
¿cómo es posible aceptar y creer en modelos tan alejados de la realidad cotidiana?
El mundo conocido y el mundo por conocer
Más allá de toda duda razonable
Angustia
por saber.
La
vida intelectual de Bertrand Russell está guiada por dos o tres interrogantes
cardinales. En lo que atañe a la filosofía, la pregunta que determina su pasión
la formula en la frase que inicia uno de sus libros más conocidos y citados,
Los problemas de la filosofía:
¿Existe algún conocimiento en
el mundo tan firme y seguro, que ningún hombre razonable pueda ponerlo en duda?
Conocimiento directo y conocimiento de oídas.
La filosofía empirista de Russell se sustenta en dos
principios, el primero es el principio del conocimiento por familiaridad, el
segundo el principio de inducción. El primero es una aportación original de Russell,
que descubre al tiempo que las descripciones definidas y en relación con ellas.
La inducción, por el contrario, es parte de la larga tradición que desarrollan
sus antecesores empiristas, y en particular su padrino John Stuart Mill.
Decimos «estoy viendo un gato» pero, ¿es eso lo que estás viendo
o más bien estás sintiendo un conjunto de sensaciones que tu cerebro interpreta
como «gato»? Esta segunda es la actitud que toma Russell ante tales
expresiones de la vida cotidiana. Partimos de ellas, es verdad, nos dice, igual
que el bioquímico entra en el laboratorio, se encuentra en un comienzo con su
bata, con microscopios y probetas, con frigoríficos y con colegas de trabajo,
pero al cabo de un rato se sumerge en un mundo que no es tan familiar, que le
exige un instrumental físico de análisis. De igual modo, el filósofo comienza
con un mundo medio en donde hay objetos y personas y, posteriormente, se
implica en un análisis de cómo nuestro lenguaje y conocimientos anteriores
construyen todo este universo sobre los cimientos de un continuo flujo de datos
sensoriales que conforman la base inmediata del mundo cotidiano.
La conquista de la felicidad
El imperio (moral) del deseo
Tras la máscara del bien
Bertrand Russell ocupa un puesto ambiguo en la historia
de las ideas y prácticas morales. Es conocido por su compromiso moral con
aquellas causas que le parecieron justas, pero no se le reconoce
suficientemente su relevancia ética y moral en las historias de la ética.
De hecho, no se suele citar su nombre, aun cuando anticipa una de las
principales corrientes de la ética contemporánea, el llamado «no
cognitivismo», cuya primera expresión fue el emotivismo que se vincula a
Alfred J. Ayer (1910-1989) y a Charles Stevenson (1908-1979). La
publicación en 1989 de sus trabajos menos conocidos sobre ética mostró que
Russell había desarrollado antes que ellos esta teoría y que lo hizo con mucho
cuidado y profundidad.
Se
podría decir que Russell maduró filosóficamente cuando lo hizo moralmente. Los dos acontecimientos
decisivos en la configuración de su carácter moral fueron el amor por lady
Ottoline y su activismo sin restricciones contra la Primera Guerra Mundial.
Al
cabo de cien años comenzamos a darnos cuenta de lo que significó aquella
experiencia que, como diagnosticó Hanna Arendt, acabó con el sueño de la
civilización occidental. Dos décadas antes del Holocausto, la
experiencia de los campos de batalla, de kilómetros cuadrados de barro mezclado
con cadáveres y de sociedades y economías movilizadas para la destrucción, debería
haber abierto los ojos morales de las sociedades «civilizadas», pero
desgraciadamente no lo hizo. Solamente una minoría reparó en lo que
estaba pasando y aún menos se atrevieron a levantar la voz en medio del barullo
nacionalista de la época. Russell fue el más significado en la campaña
contra el militarismo patriótico ciego. Nadie parecía ver que una generación
entera era engañada para ser enviada a los campos de destrucción en los que se
convirtió Europa. Russell se sentía escandalizado por las
mentiras del Gobierno, por la realidad de la guerra que no quería contarse y
por la ceguera universal que parecía afectar a los ciudadanos. El 10 de junio
de 1915 escribe a lady Ottoline sobre una escena que había vivido en un tren,
viajando entre soldados heridos: «uno de ellos describía entre risotadas cómo
un alemán se había arrodillado ante él suplicándole gracia entre lágrimas, pero
él (el hablante) le había atravesado con su bayoneta» (The Spirit of Solitude).
Como ya sabemos, en 1916 la universidad de Cambridge, a la que casi
consideraba su hogar, le despidió a causa de su activo compromiso contra la
guerra. En 1918 fue encarcelado por ello.
En todos los casos, Russell anticipó lo que hoy consideraríamos
una ética naturalista basada en el carácter emocional de los seres humanos.
El
significado y la verdad de los juicios morales
Hasta que la ira contra la estupidez del nacionalismo
le invadió y cambió su vida, Bertrand Russell había defendido la posibilidad de
alguna suerte de objetividad moral, una defensa que le había llevado por varios
derroteros en los que acompañó a su amigo George Edward Moore, uno de los más
reputados filósofos de la moral del siglo XX. Se conservan escritos suyos sobre
ética de 1888, cuando aún estudiaba con Henry Sidgwick (1838-1900), uno de los
grandes moralistas ingleses del siglo XIX. Este filósofo pertenecía a la saga
de los utilitaristas John Stuart Mill y Jeremy Bentham y era uno de los más
venerados profesores de Cambridge. Al igual que Russell, también había sido
wrangler y miembro de los Apóstoles. En teoría moral defendía la compatibilidad
entre la actitud moral y la teoría de la evolución. El principal
influjo que ejerció sobre Russell fue una intrigante cuestión que le condujo a
su posterior escepticismo sobre las teorías morales. Sidgwick
sostenía que es imposible derivar de la razón principios morales que no sean
contradictorios. La razón nos anima de igual forma, por ejemplo, a ser egoístas
o altruistas, así que no hay forma racional, pensaba, de dilucidar la tensión
moral entre las dos actitudes.
El problema de la espinosa relación entre razón y
moralidad acompañó siempre a Russell. Se puede razonar sobre el
comportamiento dentro de los propios esquemas, principios y valores morales,
pero es difícil o imposible implantar códigos morales con argumentos de razón.
Russell sigue fiel, en este punto, a la tradición fundada por David Hume que
separa las cuestiones de valor y las cuestiones de hecho. La raíz del problema
estaba, para Russell, en cómo se define el bien, que es el nombre que se suele
dar en ética al corazón evaluativo de la teoría moral. Dependiendo de cómo
se entienda la noción de bien se puede considerar de una forma u otra la
cuestión de cómo se justifican los juicios morales, que es la forma en la que
la racionalidad entra en el dominio de la moral.
EJEMPLO
ENTRE RAZÓN Y EL DOMINIO SOBRE LA MORAL, CON IRONÍA:
Supongamos que una persona tiene como principio moral «No
matarás», de donde infiere el juicio moral «matar a X es malo». ¿Cómo se
justificaría este juicio moral? Por supuesto pueden aducirse muchas razones a
favor del juicio.
La
dificultad de Sidgwick es que también podrían aducirse razones en contra.
Por ejemplo, podríamos plantear la cuestión en estos términos:
«¿habrías participado en el complot de la Operación Valquiria para asesinar a
Hitler?». Russell expresaría entonces de esta manera el asunto: «¿es verdadero
o falso el juicio “matar a X es malo”»?
Pero ¿qué es lo que hace bueno un deseo?
El
despertar que le produjo la evidencia de la estupidez humana que significaba la
guerra, donde todos los bandos proclamaban su superioridad moral, sin que ello
les impidiera perpetrar matanzas, le condujo a repensar su idea primitiva de
que la moral es un asunto subjetivo. No hay conocimiento moral, solo
deseo y cálculo de los deseos. No hay ninguna propiedad moral en el mundo, la
moralidad nace en el hecho psicológico de que hay deseos contradictorios y de
que la gente que tiene que convivir lo hace también regulando sus deseos
contradictorios. Estaba convencido de que todo intento de promulgar una moral universal
y abogar por una ética universalista termina más pronto que tarde en matanzas y
tiranía.
En Lo que yo creo, uno de sus textos más definitorios
de su pensamiento, expresa el núcleo de sus convicciones morales en una frase: «La
vida buena es la inspirada por el amor y guiada por el conocimiento».
El
centro de la ética que propone Russell nace de su creencia en la dualidad de la
condición humana: el deseo y el conocimiento, la mística y la lógica. La
racionalidad no puede confundir los dos campos so pena de caer en falta de
lucidez y en falacias.
El compromiso de un pensador
social
El pensamiento ético de Bertrand Russell está
entrelazado con su preocupación por las causas sociales y por la política.
Nunca dejó de implicarse en ellas a pesar de que, como sabemos, le costó dos
encarcelamientos y la expulsión de la universidad. Escribir sobre asuntos
sociales, y hacerlo en un lenguaje que pudiera tener efectos sobre lectores no
especializados, fue a lo largo de su vida lo que más tiempo le ocupó. Puede que
muchas de sus ideas se hayan incorporado tan profundamente a nuestros discursos
que al leer sus libros uno pueda pensar que son consejos banales y sabidos, pero
siguen siendo obras maestras del género ensayístico y de la dilucidación moral
sobre la vida cotidiana. Sus escritos de lo que hoy llamaríamos «ética
aplicada» abarcan numerosos temas, pero todos ellos se resumen en una firme y
constante lucha por la libertad de pensamiento y costumbres, por la búsqueda de
la felicidad personal y colectiva y contra la estupidez de los gobiernos
embarcados en el militarismo y la tiranía. Conocía y le preocupaba la función
social de los conceptos filosóficos morales, cómo influían en las actitudes y
en los movimientos sociales. Es, en este sentido, un ejemplo de filósofo
responsable que cree en la coherencia de su pensamiento y de su acción.
El ácrata aristócrata
La trayectoria política de Russell es tan apasionante
en las causas que abrazó como errática y desigual en su justificación
ideológica. Su pasión política fue tan permanente como sus ideas liberales o
abiertamente libertarias. En un comienzo estuvo próximo a la forma moderada
de socialismo inglés que representaba la Sociedad Fabiana, que más tarde
daría lugar al Partido Laborista, con el que Russell tuvo bastantes y estrechas
relaciones. Esta opción ideológica combinaba un cierto socialismo utópico con
la defensa del liberalismo político. Russell, por otro lado, provenía por
familia de una larga tradición whig, la rama del liberalismo inglés que desde
la revolución de 1688 representaba una cierta forma de actitud suspicaz con el
estado. En sus escritos políticos, como por ejemplo en Principios de
reconstrucción social (1916), delibera con desconfianza sobre los intentos de
coartar la libertad individual y de «racionalizar» todo el comportamiento
político.
Más que a la tradición del pensamiento socialista, sus lealtades
le llevan a Stuart Mill y a sus deliberaciones sobre las relaciones entre el
deseo, como base de la moral, y la política como forma de armonizar los deseos
colectivos. Caminos hacia la libertad (1918), Poder (1938) y Autoridad e
individuo (1949) fueron otros libros en los que desgranó sus convicciones
liberales, incluso libertarias, sobre la necesidad de preservar la libertad
individual en toda empresa de cohesión social. Sus escritos están llenos de
referencias históricas y literarias y son pasmosos ejercicios de sentido común
y claridad, lo que le aleja de los libros usuales de filosofía política, tan
llenos de sutilezas como alejados de la práctica real del poder. Especialmente,
Poder, escrito en un tiempo de ascenso de los dictadores —Mussolini, Franco,
Hitler—, sigue siendo un texto que conserva toda su frescura, a pesar del
tiempo y a pesar de que Foucault y seguidores hayan establecido una especie de
paradigma sobre el concepto. Russell, como Charlie Chaplin, elige el
modo más efectivo de hablar sobre el peligro del poder: el humor corrosivo que
se auto aplica en numerosas ocasiones, aborreciendo sobre todo la idea del
filósofo, intelectual o artista rey.
Junto
al antimilitarismo y la lucha por la libertad individual, la tercera de las
ideas-guía de las intervenciones políticas de Russell es la necesidad de un
gobierno mundial, sin el cual, cree, no será posible equilibrar la balanza entre
humanismo y sociedad técnica. En este ideal, Russell fue pionero y su lectura
sigue siendo una fuente luminosa.
Sus convicciones cambiaron poco con los años, aunque
bascularon entre polos más o menos conservadores y algunos abiertamente
radicales. Su activismo, sin embargo, es mucho más atractivo por su
capacidad para juzgar políticamente las situaciones incluso cuando se embarcaba
en causas poco populares. Durante las guerras de los Bóers (la segunda 1899-1902)
mantuvo al comienzo un cierto sentimiento patriótico que luego se transformó en
una abierta oposición al imperialismo británico. En la Primera Guerra Mundial,
como ya sabemos, militó en la activa minoría que se opuso a la guerra y al
reclutamiento masivo. También aquí dividió sus sentimientos entre el apego a
sus compatriotas y el rechazo a las maniobras y a la propaganda del Gobierno,
que le parecían simétricas a las de los aliados austro-germánicos. Pasada la
Revolución Rusa, visitó Moscú en 1920 con una delegación del Partido Laborista,
que, como tantos partidos, sentían entusiasmo por lo que estaba ocurriendo.
Como hemos visto, fue muy perceptivo con las tendencias autoritarias
hacia las que estaba derivando el predominio bolchevique. Su informe de
la visita, Teoría y práctica del bolchevismo (1920), le distanció
definitivamente de la ideología del comunismo soviético. Es curioso y
sintomático que el anarcosindicalista español Ángel Pestaña, a la
vuelta de Rusia en el mismo año, enviado por la CNT, emitiese juicios
similares. En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y los comienzos de
la Guerra Fría, este informe le granjearía a Russell las simpatías de las
ideologías conservadoras, que le perdonaron sus veleidades morales. Russell, sin
embargo, no era tan fácilmente domesticable.
La actitud política de Russell no tenía fáciles
coherencias, y por su amplitud y radicalidad, podía incurrir fácilmente en
ciertas incoherencias. Como ya hemos señalado, al finalizar la guerra, la
desconfianza del sistema soviético le había llevado a pensar e incluso decir en
alguna ocasión que apoyaría el uso de armas nucleares para detener el
expansionismo estalinista. Pronto se arrepintió incluso de haberlo pensado y se
convirtió en uno de los propagandistas más activos a favor del desarme nuclear.
Aunque sus intervenciones iban destinadas al público
general, en el que tuvo una amplia audiencia y capacidad de movilización, fue
entre los grandes científicos entre quienes consiguió más seguidores. Sopesó la
idea de aliarse con Frederic Joliot-Curie (1900-1958, Premio Nobel de Química),
presidente de la Federación Mundial de Trabajadores Científicos, y conocido
miembro del Partido Comunista Francés en su activismo político. Finalmente
optó por escribir a Einstein y a otros científicos «neutrales» con el objeto de
que suscribieran un manifiesto contra la proliferación nuclear. Einstein le
respondió favorablemente, y lo firmó poco tiempo antes de su muerte.
Russell
se convirtió en uno de los más conocidos promotores de la entonces llamada
«coexistencia pacífica». Envió en ese sentido una carta abierta a Eisenhower y a
Kruschev apelando a su sentido común para que se reunieran y comenzaran una
discusión franca sobre las condiciones de existencia. Descubrió pronto
que la Realpolitik era demasiado testaruda para sus capacidades retóricas y
conceptuales.
Sin embargo, cuando parecía haberse vuelto
realista, en la década de los sesenta Russell radicalizó sus convicciones y
actividades. En esta época se desarrolló en Inglaterra una forma de marxismo
distante del comunismo soviético —de hecho, fuertemente crítico con él—
alrededor de la revista New Left Review, promovida por el sociólogo de la
London School of Economics Ralph Milliband y otros autores como Stuart Hall,
Raymond Williams y el historiador E. P. Thompson. Milliband era profesor
de un licenciado en filosofía en Princeton, Ralph Schoenman, que habría de
influir notablemente sobre Russell en los primeros años sesenta. Se convirtió
poco a poco en algo así como un sustituto de sus hijos, y Russell confió en él
para muchas de sus campañas. Con él intensificó sus posturas en la
Campaña por el Desarme Nuclear: participó en manifestaciones y fue detenido de
nuevo en una de ellas. A partir de esta época pasó a ser promotor de la
retirada inglesa de la OTAN, en defensor de las causas revolucionarias de los
países del Tercer Mundo, sobre todo de la Revolución Cubana y del Vietnam de
Ho Chi Min y el Vietcong, que luchaban contra los norteamericanos en
Vietnam del Sur, Laos y Camboya. Fue la época de la Crisis de los Misiles en
Cuba. Fidel Castro se estaba convirtiendo en uno de los héroes de la nueva
izquierda, y Russell apoyó con entusiasmo este movimiento. Celebraba los
aniversarios de la Revolución Cubana saludando al pueblo cubano en su lucha
contra el imperialismo norteamericano. Anunció en una conferencia su intención
de convocar un tribunal de personalidades que juzgase los crímenes de guerra
cometidos por Estados Unidos en Vietnam. El tribunal se reunió dos veces en
1967 en Estocolmo y en Roskilde, Dinamarca, aunque Russell no asistió a las
sesiones. Sin embargo, hizo esfuerzos económicos mediante desembolsos
personales para financiar el tribunal. Russell había constituido a este efecto
una Fundación que promovía diversas causas contra el imperialismo
norteamericano. Entre ellas, se pronunció en contra del juicio al filósofo
Regis Debray en Bolivia y a favor de los movimientos guerrilleros de
resistencia en el marco de un movimiento mundial tricontinental contra el
imperialismo norteamericano. Schoenman actuaba en todo este movimiento como
representante de la Fundación Russell, y creó progresivos problemas y tensiones
en la familia, hasta que la esposa de Russell, Edith, decidió cortar con él, al
igual que el propio Russell, cuando aquel comenzó a reivindicarse como heredero
natural de su obra y publicaciones. En todo caso, bajo su influencia o no,
los últimos años de Russell le mostraron como un activo participante del
movimiento de la nueva izquierda, en aquel magno conjunto de transformaciones
que paradigmáticamente representaron el mayo del 68 y las luchas contra la
Guerra de Vietnam.
El manifiesto Einstein-Russell
Citamos algunos párrafos del Manifiesto
Einstein-Russell firmado por 22 grandes científicos, muchos de ellos premios
Nobel, contra la proliferación de armas nucleares. Fue redactado por Russell y
firmado por Einstein unos días antes de morir (el 18 de abril de 1955).
«Aquí está, entonces, el problema que presentamos,
crudo, horrible e ineludible: ¿Vamos a poner fin a la especie humana;
o deberá renunciar la humanidad a la guerra? La gente no se plantea
esta alternativa porque es muy difícil abolir la guerra.
» La abolición de la guerra exigiría
desagradables limitaciones de la soberanía nacional. Pero lo que
impide quizá comprender la situación más que cualquier otra cosa es que el
término “humanidad” suena vago y abstracto. La gente apenas se imagina que el
peligro es para ellos y sus hijos y sus nietos, y no solo para una humanidad
vagamente percibida. Apenas se imagina que es ella, individualmente, y aquellos
a quienes ama quienes están en peligro inminente de perecer angustiosamente. Y
por eso cree que quizá deba permitirse que la guerra continúe siempre que se
prohíban las armas modernas.
» Esta esperanza es ilusoria. Cualesquiera acuerdos
que se alcancen en tiempos de paz para no utilizar bombas-H no se tendrán por
vinculantes en tiempos de guerra, y ambas partes se pondrán a fabricar bombas-H
en cuanto estalle el conflicto, porque si un bando fabricase bombas y el otro
no lo hiciera, quien las fabricase resultaría inevitablemente victorioso.
La educación en libertad
La escuela dirigida por Bertrand Russell
y su esposa Dora, Beacon Hill, se basaba en el método pedagógico fundado
por María Montessori.
Casi todos los escritos sobre la
organización de la sociedad que publicó acaban deliberando sobre el lugar
central de la educación en todo proyecto que aspire a una sociedad libre.
Bertrand Russell dirigió con su esposa Dora la escuela infantil de Beacon Hill desde
1927 a 1935, que, como tantas otras cosas en su vida, fue objeto de
controversia: causó escándalo que los niños y niñas jugasen desnudos. En
definitiva, fue un ejercicio de educación antiautoritaria, que asumía y
radicalizaba el programa de Maria Montessori de una educación basada en la
apertura de la mente de los niños. El experimento no fue todo lo afortunado que
deseaban. El colegio tuvo que enfrentarse a graves dificultades precisamente
por sus características innovadoras: atrajo a niños problemáticos, algo con
lo que no contaban los Russell, y su historia discurrió entre el activismo
militante de Dora y la distancia intelectual de Bertrand. Él estaba en esta
aventura como teórico y ocasional financiero, pero pudo contemplar de cerca
las dificultades de la educación. Fruto de esta época de su vida es su libro
Sobre la educación (1926). A pesar de que él mismo reconoce sus carencias
técnicas en teoría didáctica, y de que su experiencia como profesor fue
limitada, hallaremos mucho provecho para la reflexión y la filosofía de la
educación. En estas meditaciones conecta sus ideas sobre la importancia
moral de las emociones, la búsqueda de la armonía emocional, la necesidad del
conocimiento y la resistencia a las pretensiones del estado.
El tema central de las preocupaciones de
Russell es la educación en libertad y la educación para la libertad.
Algunos de sus textos sobre la relación de profesores y alumnos son
conmovedores. En Principios de reconstrucción social , escribe acerca de cómo
la asimetría entre el poder del profesor y la debilidad del alumno solamente
puede ser resuelta sin modos autoritarios mediante lo que llama una actitud de
«reverencia», que no es otra cosa que el saber ponerse en el lugar del otro y
respetarle, al contrario que todas las formas maquinísticas que conciben la
educación como adiestramiento.
El impedimento a la investigación libre se hará
inevitable en tanto que el propósito de la educación sea producir creencias más
que pensamientos, obligar a los jóvenes a tener opiniones positivas sobre
cuestiones dudosas más que dejarles ver lo dudoso y encarecer la independencia
mental. La educación debería estimular el deseo de la verdad, no la convicción
de que algún credo es la verdad. Ahora bien, son los credos los que mantienen
juntos a los humanos en las organizaciones militantes: iglesias, estados,
partidos políticos. Es la intensidad de la creencia en el credo la que produce
la eficiencia militante: la victoria es de los que sienten la certeza
más fuerte acerca de cuestiones cuando sobre ellas la duda es la única actitud
racional. Para producir esta intensidad de creencia y su eficiencia
militante, se doblega la naturaleza del niño y se constriñe su perspectiva
libre cultivando inhibiciones como una carga que producirá la omnipotencia del
prejuicio, mientras que los pocos cuyo pensamiento no puede ser completamente
asesinado se convierten en cínicos, intelectual mente desesperados,
destructivamente críticos, capaces de hacer que todo lo vivo parezca idiota,
incapaces de suplir los impulsos creativos que destruyen en otros.
(Basic Writtings)
En Sobre la educación se rebela contra los
sistemas autoritarios educativos que han dominado el mundo, desde los jesuitas
(y la educación japonesa, que considera equivalente a la de estos y en la que
el individuo se subordina al bien de la institución, la Iglesia o el estado)
hasta el sistema inglés, diseñado para formar élites aristocráticas.
En
sus propuestas didácticas, asombra que un escritor a quien algunos ven como un ultrarracionalista
abogue por la creación de un entorno emocional para que los
estudiantes se desarrollen libres de miedo y resentimiento, empujados por las
emociones positivas de la curiosidad y la búsqueda de la felicidad.
Más allá de las dos culturas
De las múltiples facetas de un poliédrico escritor de
tan larga vida y tan prolífico, una de las más conocidas, pero menos apreciadas
académicamente fue su trabajo como divulgador de la ciencia.
Russell conocía bien la ciencia de su tiempo, y en especial la física de la
relatividad. Escribió textos de divulgación que siguen siendo recomendables
como ejemplos de que la claridad es un logro de la comprensión humana
transmitida en la palabra. Russell consigue que el lenguaje cotidiano exprese
los conceptos más difíciles de la ciencia.
Sin embargo, Russell nunca perdió la lucidez y siempre
tuvo claro un pensamiento muy matizado sobre lo que significaba la emergencia
de una civilización basada en la ciencia y la tecnología. Siempre
mantuvo que la ciencia se basa en el escepticismo organizado.
En
La perspectiva científica (1931) explica con su proverbial ironía corrosiva cómo
nuestra cultura da por buena una inmensa cantidad de hechos que no son resultado
de nuestra experiencia sino fruto de inferencias que hacemos o que recibimos.
EJEMPLO
DEL NIÑO NEGANDO LA EXISTENCIA DE NAPOLEÓN:
“Si un niño afirma en clase que Napoleón es un mito y que nunca
existió el tal señor, seguramente —dice Russell— el profesor le castigará, y si
el niño es un pragmatista seguramente tomará el castigo como una prueba de que
Napoleón existió (Russell aquí carga contra la idea pragmatista de que la
verdad está relacionada con la utilidad), pero si el niño no es pragmatista seguramente
pensará que el profesor debería haberle aportado alguna razón más que un
castigo. La anécdota resume muy bien lo que creía que estaba ocurriendo con
nuestra civilización.”
CONCLUSIÓN PARA EL
CIENTÍFICO Y EL COTIDIANO HUMANO: Admitimos hechos que no vienen acompañados de
razones.
Y
esto, desgraciadamente, ocurre también en la ciencia y en la educación
científica.
El llamado «método científico» es una idealización con muchas limitaciones, nos
advierte. Así, por ejemplo, la inducción, tomada desde el punto de vista
puramente lógico, es una gran construcción de inferencias que podrían ser
consideradas como falacias, como ya señaló Hume: no podemos extraer de una
innumerable secuencia de correlaciones una ley causal (si mil veces sale
el sol y tengo calor, infiero que es el sol la causa, pero podría ser que los
dioses calentaran el aire con ocasión de la salida del sol, para explicarlo de
manera rápida y poco precisa).
Russell
recuerda a un matemático de Cambridge que se oponía a que la universidad
construyese laboratorios para los alumnos aduciendo que, puesto que los
profesores son personas honorables, los alumnos bien podrían confiar en su
palabra para aceptar los hechos sin tener que emplear tan onerosos recursos en
algo que era innecesario. La actitud reverente hacia la ciencia, pensaba
Russell, infecta todo el sistema, desde la opinión pública a la perspectiva de los
expertos.
Los dos grandes pecados, sostiene el escéptico y
ácrata Russell, son, pues, la rebaja del conocimiento a su utilidad (lo que
ridiculiza la anécdota del alumno) y la falta de sentido racional para
buscar críticamente pruebas o razones de lo que se cree y afirma.
Son estas bases las que permiten que un déficit de actitud
racional haya llevado a la aceptación generalizada de los usos militares y
autoritarios de la ciencia.
Sus escritos en favor de la unión de una perspectiva científica
y una actitud libertaria, de nuevo, son textos que constituyen ya el trasfondo
más común de nuestros ideales contemporáneos, pero que en su tiempo solo eran
defendidos por unos pocos que hoy podemos ver como visionarios.
No
los citamos ni leemos porque forman el medio en el que nos movemos, del mismo
modo que los peces no saben qué es el agua, pero viven en ella.
SU MENSAJE A LA
HUMANIDAD
En
diciembre de 1954 afirmaba en una intervención en la BBC:
¿Pondremos fin a la especie humana o la humanidad renunciará a la
guerra? Esto segundo es lo que tenemos ante nosotros si elegimos el
progreso continuo en la felicidad, el conocimiento y la sabiduría. ¿Elegiremos
por el contrario la muerte porque no podemos olvidar nuestras peleas? Apelo
como ser humano a los seres humanos: recordad vuestra humanidad y olvidad el
resto. Si podéis hacer esto, el camino está abierto a un nuevo Paraíso: si
no podéis hacerlo, no hay otra cosa frente a nosotros que la muerte universal.
OBRAS PRINCIPALES
Los problemas de la filosofía. El conocimiento humano. Ensayos escépticos. Autobiografía. En lo que creo.
Texto armado por Mtro. Gervasio Martínez para GM CAPAYPRY CON
EQUIDAD SOCIAL FLORIDA URUGUAY, 24052022
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